diumenge, de març 30, 2008

Podria, però no

Podria, per exemple, anar despertant poc a poc camb la cançó més bonica del món en el diumenge més assolejat del món. Podria, per exemple, posar-me el món per montera i recórrer els carrers del infinit i més enllà. O, simplement, finiquitar el meu dolor de una silenciosa portada. Podria, per exemple, obrir-li les comportes dels dics a altres. I que les seues mans escrigueren testaments sobre el meu cos. Podria desfer la madeixa en què s'han convertit els meus pensaments. O estirar el meu gadgetobrazo i abastar la montanya més alta. Podria tocar a les portes del cel per a dir-li quatre coses a Sant Pere. O baixar a l'infern per a anar-me'n de festa amb els maleïts i beure'm tot el seu moble bar. Podria, per exemple, ballar tota la nit fins a convertir-me en un mar de sudor. Podria desplegar les ales, volar i descobrir nous oceans. O creuar nadant els tolls del camí. Obrir el paraigües i que tot em regolara. Regolar com una mandonguilla per la vida i, al final, morir-me de risa.

Però sempre, sempre, sempre, preferiria estar besant-te.

dissabte, de març 29, 2008

dijous, de març 27, 2008

Volición x 2=0

Es triste tener que pedir que me quieras.
Pero más triste aún es tener que pedir que me quieras querer.

diumenge, de març 23, 2008

dissabte, de març 22, 2008

Mujer campana

Suerte que mis pechos sean pequeños y no los confundas con montañas. Suerte que heredé las piernas firmes para correr si me hace falta.

divendres, de març 21, 2008

Cuestión de densidad

Fue el día en que la ciudad olía a aceite frito.

Mirara hacia donde mirara, sus manos removían olor a pescaítos del sur. A buñuelos de viento. A calamares del bar de la esquina que cocinaba aquella oronda mujer que hacía las veces de madre del barrio. Así que debió ser que los efluvios del aceite se le subieron a la cabeza. Debió ser que quedó ebria de fritanga. Porque ella estaba tranquila. Pensando que no pensaba en nada. Pero esas cosas pasan. Uno se cree a salvo de todo. Ha cerrado las compuertas. Ha echado todos los cerrojos de todas las puertas. Y se ha refugiado en la última habitación del pasillo. La que siempre queda a mano derecha. Armado con guantes de boxeo. Preparado para atacar. Pero entonces el olor de aceite inunda la ciudad. Como una marea de sardinas fritas que encuentra las hendiduras para atracar en tu refugio. Aprovechando cualquier tiempo muerto. Cualquier talón. Los de Aquiles y los del resto de la mitología griega. Serpentea por ellos hasta que se topa con tus fosas nasales. Y entonces ya sólo puedes hacer una cosa: prepararte para morir borracho de aceite.

Cuando el olor a aceite frito llamó a su puerta, la pilló en bragas. Literalmente. Era el último vestigio de la visita del amante de marzo. Él se había ido horas antes. De madrugada. O quizá sería más correcto decir que ella lo había tirado de casa horas antes. Y eso que la cama en la que se medio dormían después de follar era grande. La escogió interminable un día en que su soledad lo era todavía más. En ella podía dormir con compañía sin tener que respirarla. Sin tener que tocarla. Ni tan siquiera intuirla. Pero ella quería toda la cama para sí. O, cuanto menos, lo que quería era despertar sola. Podía compartirla con tigres o leones. Con vencedores o vencidos. Con magos y sicarios. Pero no quería despertar con ellos. No quería jugar al amor si el sol la miraba. Por eso, después de revolcarse con el escogido ese mes entre el bestiario, se puso tosca. Agria. Complemento. Y consiguió aplazar la farsa para la noche siguiente con excusas baratas. "Hoy no, cariño", le dijo. Era lo mismo que le dijo al amante de febrero. Y lo mismo que pensaba decirle al del mes de abril. No tenía remordimientos por ello. En el fondo sabía que también ése era el juego. Nunca supo a ciencia cierta si estaba ganando. O si había entrado en bancarrota por los siglos de los siglos.

Pero tuvo que llegar el olor a aceite. Y no el de cualquier aceite, no. No el de la libertad de las campiñas, no. Ni el de la fiesta de farolillos. No el del sudor de los jornaleros. El aceite podía llegar a oler a azahar si uno cerraba los ojos y era capaz de dibujar lunares sobre una piel gitana. Pero el que le llegaba por dios sabe qué rendijas no era el olor del aceite fresco. Joven. Virgen. Todo lo contrario: era el olor de un aceite frito. Reutilizado y manoseado hasta quedar prestado. Un aceite de talla XXL. Senil. Arrugado como las papas que se cocinaban con él.

Así, manoseada, senil y surcada, se sintió ella cuando el fuerte olor a aceite frito le llegó a los pulmones, se paseó por sus venas y salió por su boca entreabierta, convertido en desecho al cuadrado. Y, por primera vez en su vida, se dio asco a sí misma. El estómago le pesaba tanto como si hubiera acabado de devorar una plantación entera de patatas fritas para calmar el hambre felina de la madrugada. Le pesaba el bazo. El apéndice. El corazón. El cartílago de la oreja derecha. Quiso vomitar. Que se hiciera de nuevo de noche para que la luna bajara la marea de aceite frito en que se estaba quemando lentamente. Pero ella era de las que tragaban saliva y seguían caminando. Y tenía la certeza de que aquella peligrosa ancla había entrado por su puerta para quedarse amarrada.

Por eso, porque supo que el dolor sería infinito si no lo convencía para subirlo al cuadrilátero, se levantó de un salto de su enorme cama. Ella y las diminutas bragas con que la descubrieron, esa noche, primero el olor a sexo y, después, a aceite frito. No dio tiempo a la tregua. Al concilio. Al paso atrás. Simplemente abrió la ventana para intoxicarse del perfume que desprendía el suburbio en el que vivía desde que se mudó a la capital con los dieciocho recién cumplidos. Y así, encaramada con sus pequeñas bragas al mundo de mierda en el que sobrevivía desde entonces, inhaló el olor de la resignación de todos los bares de carretera que había pisado. De todos los sueños que se le escapaban como pompas de jabón por entre los buñuelos de viento. De la soledad que compartía con aquella oronda mujer que amamantaba a todo el barrio. Y borracha de deshechos, cogió una moneda de las que habían rodado esa noche por el suelo de su habitación y la lanzó al aire. Salió cruz.

Se vistió con los mismos pantalones de la noche anterior. Con la misma escueta camiseta. Se recogió el pelo en una cola de caballo. Y se cubrió el temor con unas enormes gafas de sol. Pero abrió decidida la puerta y la cerró de un portazo.

Al menos por esta vez, el olor a aceite frito no iba a flotar por encima de ella.

dijous, de març 20, 2008

Amor bipolar

Girem el cantó del temps.
I tu continues preguntant-te que perquè sí. Jo, que perquè no.

dissabte, de març 15, 2008

Dance night fever

Mireu, maleïts, mireu.
Que la que dansa sóc jo.

dimecres, de març 12, 2008

diumenge, de març 09, 2008

Mans gruyère

No poses la teua felicitat en les meues mans. No me la regales envolta en paper nacrat i un llaç roig. Ni me l'envies per correu certificat un dia anònim de sol exultant. No pretengues que l'aprete fort entre els meus dits per a que no s'escape. Perquè ja no em queden forces. Perquè la teua felicitat s'esgolarà entre les meus mans ferides en guerra. Els francotiradors les van convertir en unes mans gruyère. I quan més aprete la teua felicitat entre elles, més depressa l'escorreré sobre el veí de baix. Per això evita sentenciar-te entre les meues mans. Ni tanmateix en primera instància. Perquè he acabat convertint en mirall trencat tot allò que un dia vaig tocar amb elles. La il.lusió. El demà. El cim de la muntanya més alta. El seu rostre. Perquè ara tot regola sense remei per entre els meus dits. Tu, i la teua felicitat. Jo, i la meua felicitat. Formant en terra alguna cosa que un oceà de llàgrimes sembla i que una bassa de dolor no és.

Així que no deixes caure lleugera com la seda al vent la teua felicitat sobre les meues mans. No ho faces. Que ara ja soles sé emprar-les per a remenar el blandiblú en què s'ha convertit la meua pròpia merda.

Sols una última questió: tu no poses la teua felicitat en les meues mans. Però puc deixar jo la meua en les teues?

dissabte, de març 08, 2008

Deconstrucció de la metàfora

La meua vida sense tu: una borsa de pipes sense sal.
No sap a res.